Teresa
y Brandon estaban recostados sobre la hierba y miraban el cielo, éste era un
manto negro salpicado de estrellas blancas que se extendía sobre el horizonte
hasta el infinito. Teresa, que era muy curiosa, miró a su amigo y le preguntó:
—Bran, ¿alguna vez te has preguntado dónde
estamos?
El
niño la miró desconcertado.
—Estamos en la caseta de mis padres, Tere.
—No, no me refiero a eso. Fíjate en las
estrellas.
Bran
lo hizo, veía los puntos plateados que brillaban con fuerza, lejos de toda luminiscencia
de las urbanizaciones.
—No entiendo que me quieres decir.
—Fíjate en una estrella, la que sea. Y ahora
mira la más cercana.
Hubo
unos segundos de completo silencio.
—Estoy mirando unas que están tan cerca como
tú y yo, parece que casi pueden tocarse.
—A eso me refiero. El infinito es tan…grande. Desde
aquí parecen que pueden tocarse, pero allí arriba están a kilómetros de distancia.
Una estrella podría situarnos aquí, puede ser. Pero la más cercana a esa puede
que esté a dos kilómetros de aquí—dijo la niña acabando su argumento con la voz
rota.
—Tere…
—Están solas, son magníficas y perfectas, son
todo lo que nos gustaría ser: admiradas, preciosas y eternas. Y están
completamente solas, Bran.
—¿Qué quieres decir con eso?
La
niña se incorporó, seguía mirando el cielo estrellado, pero sus ojos ahora eran
tristes.
—Que el tiempo que pases en esta vida no valdrá
nada si no tienes compañía. Puedo ser perfecta, guapa y famosa, pero no quiero nada
de eso si tengo que vivir el resto de la eternidad sola. No quiero ser una
estrella.
Bran
no sabía que decir, hasta que recordó algo:
—¿Qué tiene que ver eso con la primera
pregunta que me has hecho?—el niño se incorporó y miró a su amiga. Teresa apartó
la vista del cielo para mirarlo a él.
—Ahora, estamos juntos. Pero a lo mejor tu
destino te lleva a estar bajo esa estrella—dijo señalando una estrella a la que
Brandon daba la espalda—Y a lo mejor a mi lleve a estar bajo esa otra—añadió señalando
una que había sobre sus cabezas.
—Tienes miedo a ser una persona que se quede
sola en un mundo abarrotado de gente—no era una pregunta, sino una afirmación.
Su amiga asintió—.Como se siente una estrella en una constelación…
Se
quedaron en silencio. Y entonces Bran atrajo a su amiga hacia él y la abrazó.
—No puedes estar sola, me tienes a mí,
siempre.
La
niña recostó la cabeza en el hombro de su amigo.
*****
Pasaron
muchos años. Los niños crecieron y maduraron. Sus vidas les llevaron a
distintos lugares del mundo, separados por miles de kilómetros, pero siempre terminaron
volviendo al inicio. Los cabellos de Teresa, que una vez habían sido rubios,
ahora le caían como una cascada plateada sobre los hombros encorvados. Brandon,
había perdido la mayoría de sus rizos oscuros, ahora solo tenía unos pocos
cabellos frágiles y grisáceos.
Los
ancianos se recostaron sobre la hierba, como cuando eran niños y adultos, para contemplar
la noche estrellada.
No
hacían falta palabras. Habían crecido juntos, sabían lo que pensaba el otro,
como si sus mentes estuvieran totalmente desveladas. Se miraron a los ojos, con
el profundo miedo de que a la mañana siguiente uno de ellos no despertara nunca
más. Volvieron la vista al cielo y se cogieron de las manos. Esa era la única
forma que tenían de afirmar que seguían juntos después de tanto tiempo.
Bran
rompió el silencio después de un largo rato:
—A lo mejor, tú y yo somos las estrellas que
yo señalé una vez. Las que estaban tan cerca—dijo Bran sin dejar de mirar el
cielo.
—Me gustaría, ¿dónde están?—preguntó ella.
—No lo sé, no tengo la vista de un chaval. No
puedo fijarme tanto—dijo riendo.
Teresa
se unió a sus risas.
—Bueno, están ahí arriba, sobre nosotros, es
lo importante—dijo Teresa.
Bran
le apretó la mano en un gesto reconfortante. Y ella giró la cabeza para
mirarlo. Él hizo lo mismo. Se quedaron mirando los ojos del otro, brillantes
como estrellas, las únicas que estrellas que habían conocido realmente.
Muy
lejos de ellos, a kilómetros de distancia de sus cabezas, las estrellas que una
vez Bran había señalado, terminaron de engullirse la una a la otra. Llevaban
milenios absorbiéndose, queriendo abrazarse para no separarse jamás, y por fin
lo habían conseguido. Las estrellas se fundieron, uniéndose de esa forma, para
siempre.
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