domingo, 30 de junio de 2013

Unbroken. Introducción: Esperanzas e ilusiones.

Las camisas, jerséis y chaquetas acolchadas de lana cayeron a sus pies. Un calor incómodo empezó a acumularse en la ropa de invierno que cubría los pies de Julia. Ésta agitó los pies hasta quedar liberada de los tejidos y los colocó sobre el frío suelo. Se llevó una mano a la frente sudorosa y empezó a colocar en las perchas los pantalones de lino y las camisetas de algodón. Tejidos frescos y coloridos que siempre habían venido acompañados con el augurio del buen tiempo y la promesa de unos meses capaces de abarcar todas las actividades e ilusiones que alguien pueda tener. Pero ese no era el caso de Julia. El verano es para disfrutarlo. Salir con los amigos e ir a la playa. Eso le repetía su padre, como un infantil y monótono anuncio de la televisión.  ¿Qué pasaba si no tenía amigos? ¿Si no se sentía reconfortada cuando estaba rodeada de gente que reía con ella? Se sentía sola.
Sacudió la cabeza. Sus pensamientos se habían dirigido donde no quería que fuesen. Porque se hundía y lo sabía. Prefería fingir que todo iba bien hasta que las cosas cambiaran de verdad. En ese momento adoptó la compostura que había estado fabricando en su mente durante más de cinco meses: una chica sumamente estresada y ocupada, una vida lo bastante ajetreada para no tener tiempo para descansar un momento y reflexionar sobre que dirección iba tomando su vida. Ese día empezaba su primer empleo, algo que aceptó al instante para su plan de vida ocupada, además de evitar estar en la misma habitación que su padre para escuchar las mismas preguntas y preocupaciones sobre la vida social de la muchacha.
Julia comenzó a colgar prendas sobre las perchas y a colocarlas dentro de su armario. Cuando hubo acabado cerró las puertas del armario con un solo golpe. Miró las ropas oscuras y arremolinadas del suelo. Resopló. Se pasaría horas doblando la ropa, además de hacerlo mal. No se le daba nada bien ordenar, y su cuarto era un claro ejemplo de ello. La muchacha miró a su alrededor. Su habitación era el claro ejemplo del caos: su cama estaba desecha, y juento a ella, había una mesilla de noche, donde descansaban varios libros, un bolígrafo, un cuaderno pequeño, un móvil y el cargador de éste. El escritorio, rectangular y pegado a la pared con ventanas, estaba lleno de folios, carpetas y libros de texto, por no mencionar las tazas vacías, con los bordes resecos por restos de café o té,  que tenía al lado del portátil. En el suelo, frente al armario empotrado a la pared, estaban las ropas que Julia había tirado unos segundos atrás. Lo único que transmitía paz y serenidad a la habitación eran las paredes. Eran lisas y estaban pintadas de un azul claro. La propia Julia lo había querido así cuando era pequeña, quiso sus paredes del mismo color que el cielo despejado. La muchacha jamás había puesto posters o fotos. Tan solo había añadido una estantería para sus libros un poco más alejada de la cabecera de la cama y frases de ánimo distribuidas por todas las paredes: Fearless, Everything’s gonna be alright, Stay Strong, Bleeding out, Lonely girl, Survive…entre otras. A pesar de ello, no parecía la habitación de una loca, las frases estaban muy separadas, distribuidas por las cuatro paredes. El dormitorio de Julia era lo bastante amplia como para permitírselo.

Observó una vez más la ropa amontonada y alzó la vista hacia las puertas del armario. Éstas eran espejos y le devolvían el reflejo de una chica con los cabellos de un rubio pálido despeinados recogidos en una coleta. Tenía la tez pálida, los ojos almendrados, una nariz pequeña y labios finos y rosados. Una chica del montón. Ella misma se definía así.
Llevaba una camiseta de algodón blanca y suelta, una manga le caía por debajo del hombro, el único dibujo que presentaba la prenda era un corazón rojo. Los pantalones eran negros y cortos y se le ajustaban a las piernas. Julia tiró de ellos para que bajaran, odiaba que se vieran demasiado sus piernas. Los llevaba porque su madre se había empeñado en comprarlos. Son de Guess, es una marca buena. Quedan bien, le había dicho su madre. ¿Acaso no se había dado cuenta que ninguna marca de ropa, por muy buena y cara que fuese la haría sentirse bien en su piel. El problema era su autoestima, no la calidad de la tela…
Volvió a sacudir la cabeza. La autoestima era otro problema a evitar. Los psicólogos se forrarían conmigo, pensó la joven en un tono divertido.
Decidió dejar las ropas donde estaban y caminó descalza hasta su mesilla de noche. Agarró el peine, volvió sobre sus pasos hasta situarse frente al espejo y alzó la mano para peinarse. Al hacerlo advirtió algo que había escrito en su muñeca en tinta negra y borrosa. Una oleada de tristeza inundó su pecho, amenazando con salir al exterior en forma de lágrimas amargas como las que había derramado la noche anterior y la anterior…
Y otra vez vino esa sensación de hundimiento. Tenía que cesar lo que sentía cuanto antes. No, nunca más, se dijo a si misma. No iba a dejarse arrastrar por ese tipo de sensaciones tan fácilmente. Miró hacia la ventana. Era de día. Una mañana calurosa que podría empezar como todas las anteriores, con una sonrisa fingida mientras se desmoronaba por dentro, mientras que aquellos que la habían hecho daño seguirían con sus vidas. O podría comenzar de otra forma, podría cambiar. Empezaba un empleo, tenía un nuevo corte de pelo y era verano, estación de esperanzas e ilusiones ¿Por qué iba a darlo todo por perdido si ni siquiera había comenzado?

Julia se sorprendió sintiendo esa fuerza repentina, aunque no era la primera vez que la sentía. Siempre que la había sentido se iba igual de rápido que cuando llegó. Pero por primera vez, sintió ganas de exprimirla hasta que se desvaneciera por completo. Al fin de al cabo, ¿por qué rechazar ánimos tan sumamente escasos en su vida?