martes, 15 de julio de 2014

Cuando los aviones sobrevolaron Copenhague


Humo y cenizas. El viento mecía ambas cosas, formando una nube grisácea que imposibilitaba la visión de los escasos viandantes. Tan sólo cinco personas estaban ubicadas en el centro de aquella humareda asfixiante.

Habían conseguido despistar a la autoridad lanzando piedras, cristales y otros materiales que encontraban en su huída por las calles del centro de Copenhague. Las propias cenizas de los edificios que quemaron se alzaron para envolver a los rebeldes en aquel refugio de polvo y escombros. Los cinco sabían que había llegado su hora. Un último grito de guerra y rebeldía moriría en sus gargantas en cuanto fueran masacrados por sus perseguidores. Los sublevados podían ver el corredor de la muerte en esa misma calle, un recorrido que en tiempos de paz habían transitado miles de veces, con la certeza de que volverían al hogar. A diferencia de que esta vez, eran conscientes de la muerte que se avecina, podían saborearla como si la neblina fuera portadora de tal funesto presagio.

 

Selene, la única mujer del grupo, podía sentir los fuertes latidos de su corazón, cómo éste bombeaba en su pecho con la misma fuerza del mar contra las rocas. Sin embargo, su pulso acelerado no se debía al miedo, sino a un estado de alerta que la acompañaba desde el momento que había comenzado a correr. Entrecerró los ojos y avistó unas figuras negras abriéndose paso entre la nube polvorienta. En unos instantes esas figuras difuminadas se convertirían en hombres armados. Sin impacientarse, la mujer miró al hombre que había a su lado y extendió la mano. Sin mediar palabra, él la entendió y le entregó un arma. Los ojos de él intentaron advertirla de un hecho ya conocido por Selene: el contenido del arma.

Una bala. Selene no podía determinar cuantas figuras se acercaban, pero la oportunidad de matarlos se reducía a una sola bala. Era el final.

 —Rolf—llamó ella en voz baja.

El hombre dirigió hacia ella una mirada angustiada.

 —Los niños…—susurró ella.

 —Cariño…

 —Sálvalos.

Antes de que las lágrimas se acumularan en sus ojos, Selene dio un paso al frente. No permitiría que la última imagen que se llevaran de ella fuera la de una mujer débil que sólo encontraba consuelo en las lágrimas. Esperó a que su marido se alejara del grupo, consciente de la posibilidad de que Rolf no cumpliera su cometido.

Las figuras iban siendo cada vez más definidas. Sus brazos eran desiguales, y el grupo adivinó que iban armados. Selene tragó saliva mientras una oleada de recuerdos sumergía su mente, la mayoría eran momentos que había compartido con su esposo e hijos. Volvió a contener las lágrimas, esta vez cerrando los ojos con fuerza.

 —Os quiero—susurró a la nada.


De pronto, su cuerpo entró en alerta al sentir que algo rozaba su brazo. Se giró, y comprobó que todos se habían cogido de la mano y un compañero tendía la suya hacia ella. La mujer observó a los rebeldes con una mezcla de desprecio y rabia.

 —No, yo no quiero acabar así—susurró con firmeza.

 

Las figuras se transformaron en hombres. Selene no tuvo tiempo para fijarse en más detalles. Dio un paso más hacia delante y disparó. Uno de ellos cayó al suelo cuando la bala impactó en su cráneo. Los instantes siguientes fueron pasando a la velocidad de la luz: Selene sonrió, los rostros de sus compañeros se tornaron en máscaras de verdadero terror y los hombres armados les apuntaron.



 

 

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