Humo y cenizas. El viento mecía
ambas cosas, formando una nube grisácea que imposibilitaba la visión de los
escasos viandantes. Tan sólo cinco personas estaban ubicadas en el centro de aquella humareda
asfixiante.
Habían conseguido despistar a la
autoridad lanzando piedras, cristales y otros materiales que encontraban en su
huída por las calles del centro de Copenhague. Las propias cenizas de los
edificios que quemaron se alzaron para envolver a los rebeldes en aquel refugio
de polvo y escombros. Los cinco sabían que había llegado su hora. Un último grito de guerra
y rebeldía moriría en sus gargantas en cuanto fueran masacrados por sus
perseguidores. Los sublevados podían ver el corredor de la muerte en esa misma
calle, un recorrido que en tiempos de paz habían transitado miles de veces, con
la certeza de que volverían al hogar. A diferencia de que esta vez, eran
conscientes de la muerte que se avecina, podían saborearla como si la neblina
fuera portadora de tal funesto presagio.
Selene, la única mujer del grupo,
podía sentir los fuertes latidos de su corazón, cómo éste bombeaba en su pecho
con la misma fuerza del mar contra las rocas. Sin embargo, su pulso acelerado
no se debía al miedo, sino a un estado de alerta que la acompañaba desde el
momento que había comenzado a correr. Entrecerró los ojos y avistó unas figuras
negras abriéndose paso entre la nube polvorienta. En unos instantes esas
figuras difuminadas se convertirían en hombres armados. Sin impacientarse, la
mujer miró al hombre que había a su lado y extendió la mano. Sin mediar
palabra, él la entendió y le entregó un arma. Los ojos de él intentaron
advertirla de un hecho ya conocido por Selene: el contenido del arma.
Una bala. Selene no podía determinar cuantas figuras se acercaban,
pero la oportunidad de matarlos se reducía a una sola bala. Era el final.
—Rolf—llamó ella en voz baja.
El hombre dirigió hacia ella una
mirada angustiada.
—Los niños…—susurró ella.
—Cariño…
—Sálvalos.
Antes de que las lágrimas se
acumularan en sus ojos, Selene dio un paso al frente. No permitiría que la
última imagen que se llevaran de ella fuera la de una mujer débil que sólo
encontraba consuelo en las lágrimas. Esperó a que su marido se alejara del
grupo, consciente de la posibilidad de que Rolf no cumpliera su cometido.
Las figuras iban siendo cada vez
más definidas. Sus brazos eran desiguales, y el grupo adivinó que iban armados.
Selene tragó saliva mientras una oleada de recuerdos sumergía su mente, la
mayoría eran momentos que había compartido con su esposo e hijos. Volvió a contener
las lágrimas, esta vez cerrando los ojos con fuerza.
—Os quiero—susurró a la nada.
De pronto, su cuerpo entró en
alerta al sentir que algo rozaba su brazo. Se giró, y comprobó que todos se habían
cogido de la mano y un compañero tendía la suya hacia ella. La mujer observó a los rebeldes con una mezcla de desprecio y rabia.
—No, yo no quiero acabar así—susurró con
firmeza.
Las figuras se transformaron en
hombres. Selene no tuvo tiempo para fijarse en más detalles. Dio un paso más
hacia delante y disparó. Uno de ellos cayó al suelo cuando la bala impactó en
su cráneo. Los instantes siguientes fueron pasando a la velocidad de la luz:
Selene sonrió, los rostros de sus compañeros se tornaron en máscaras de
verdadero terror y los hombres armados les apuntaron.
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