El
humo penetraba dentro de ella, como un espectro que rasgara cruelmente sus pulmones
y garganta, haciendo la inspiración una tarea casi imposible.
Estaba
tumbada de costado sobre los escombros ennegrecidos de la resistente y álgida estructura
que había construido a lo largo del tiempo, pero que se desmoronó con la
primera ráfaga de los vientos fríos.
Se
incorporó un poco, apoyándose sobre los codos y miró al cielo. Éste estaba
encapotado y llovían fragmentos de ceniza. Algunos caían al rostro de la
muchacha, se fundían con las lágrimas de ella formando ríos grises que surcaban
sus mejillas.
Era
un panorama desolador el que la rodeaba, todo era gris, oscuro….y triste.
Aún
así la joven sabía que estaba en un sueño. Su mente había creado ese paisaje
angustioso como una forma de liberar lo que de verdad estaba viviendo: una
pesadilla asfixiante y tenebrosa.
Las
esquirlas de cristal que arañaban sus rodillas desnudas eran pedazos de los
sueños e ilusiones que había cultivado y ya no tenían sentido.
No
pudo evitar el pensamiento de que lo que veía ante sus ojos era macabro. Se
quedó mirando a un punto fijo entre el humo y las llamas que seguían lamiendo
los pedazos de su esperanza, como si se alimentaran de ello. Trató de recordar
al joven que había construido y destruido todo aquello con sus propias
palabras.
Rememoró
la tercera vez que lo había visto. Ahí lo supo. Tuvo la guardia baja, y antes
de que terminar de alzar la mano para saludarle, supo que se había enamorado.
Sintió
un fuerte golpe en el estómago, como si estuviera en una de esas atracciones de
feria en las que solía montar de pequeña y su corazón se desbocaba debido a la
adrenalina. Pero en su mente era distinto, todo empezó a dar vueltas formando
un remolino en su interior que acabó extirpando lo mejor de ella: la cautela.
Lo peor fue que apenas lo percibió. La voz interna le gritaba que algo saldría
mal, pero apenas era el eco de un susurro.
Los
muchachos estuvieron juntos, ella vivió su historia de amor y él un juego de ajedrez
en el que debía derrumbarla a ella. Fue efímero, y para cuando ella quiso darse
cuenta había sido desterrada a aquel lugar terrorífico, sin un rayo de luz que
le infringiera un hilo de esperanza.
Removió
un fragmento de sus ilusiones hechas añicos entre los dedos. Por suerte aquello
era un sueño. Cuando despertara estaría sobre su cama mullida y reconfortante,
el sol saldría como cada mañana, impulsando sus ganas de vivir. Porque él lo
era todo y lo había perdido.
Se
despertó con un leve sobresalto. Podía respirar, no había humo que se lo
impidiese. Miró a su lado, esperando encontrarle, pero el lecho estaba frío. Se
arrebujó bajo las sábanas, buscando su calor. Suspiró.
Volvieron
los flashbacks, esta vez a la vida real. Todo había comenzado como una noria,
en un momento sintió que sus pies no tocaban la tierra y estaba en lo más alto,
un instante después se estampó contra el suelo. No sabía cuanto tiempo tardarían
sus heridas en curarse, pero estaba segura que lo más costoso sería dejar de
confiar en aquel hermoso palacio desmoronado, porque no hay nada más difícil que
sepultar tus recuerdos felices de finales amargos en el eterno reino del
silencio.
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